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El cristal con el que miro

"Preparados", "listos"... ¿ya?

"Preparados", "listos"... ¿ya?

Antes de nada, aprovecho para felicitarle el cumple a mi amiga Verónica, porque sé que lee este blog y, sobre todo porque cada año que pasa está más guapa. ¡Un besazo reina mora de la morería! Hoy he decidido tomarme la noche de relax. Tras trabajar esta mañana e ir a la universidad esta tarde, las tres horitas antes de acostarme para apenas dormir son para mí, porque yo lo valgo. La verdad es que hace semanas que no me tomo un ratito para casi nada, así que ya está bien. Que sepáis que estoy deseando que me pregunten eso de ¿estudias o trabajas?, porque por primera vez en mi vida puedo decir que “las dos cosas”. Claro que con el poco tiempo que me queda para salir, no sé yo quién me lo va a preguntar. He de aclarar que esta evasión tan repentina no se debe a que no tenga millones de cosas que hacer, sino que viene dada por una situación que se me ha presentado hoy por triplicado y sin más narices, me ha hecho reflexionar. Sabéis que últimamente ando muy desmejorada por el estrés. Estoy de mala leche, cansada y hecha una plañidera, como me dicen por mi casa. Aprovecho también este escrito para agradecer a quien me aguanta de tal guisa, que sé que no es fácil. El caso es que todo el mundo me dice, lleva cuidado que no te dé un “yu-yu”, que los “estreses” son muy malos. Pues como decía al principio, hoy me he cruzado con tres historias de personas que se han puesto malas por los agobios, pero malas de terminar en el hospital. Personas directas o indirectamente directas que se han venido abajo por la presión del momento. A menudo nos olvidamos del poder que la mente ejerce sobre el cuerpo y que, cuando no hacemos caso a nuestra cabecita, ésta le dice al cuerpo que nos llame la atención de alguna manera. De las tres con las que me he tropezado hoy, una de ellas me ha resultado tan impactante que se me han puesto los pelos de punta y las lágrimas en los ojos. No voy a contar nada porque, aunque la persona que me lo ha relatado nunca leerá este blog, me lo ha confiado en el más íntimo secreto y bastante afectada. No he podido dejar de pensar todo el día en el tema y sentirme bastante mal por esas personas y porque yo también ando muy alterada y podría ser perfectamente la cuarta historia. Pero no queda ahí mi inquietud. Todas las personas a las que me vengo refiriendo no caen enfermas por compaginar 14 horas de trabajo con cuidar a 5 niños. Las historias pertenecen a personas jóvenes que se enfrentan a exámenes, cursos, estudios o trabajos y les puede el miedo al fracaso y la responsabilidad. Ahí encadeno otra duda, ¿por qué nos exigimos tanto? Vivimos en una sociedad en la que tenemos que ser los mejores en todo, los más guapos, con el mejor físico, los más simpáticos, los más divertidos, tener el mejor coche… y si nos adentramos en el mundo laboral o académico, nos introducimos en una competición donde tenemos que hacer mucho, bien y en poco tiempo. Pero realmente no son normas escritas sino que nos las marcamos nosotros influenciados por la alta competitividad de la sociedad actual. Recuerdo una frase que leí en una novela de Javier Reverte, de ésas que se quedan marcadas a fuego. Decía el escritor que “la vida es sólo una competición inútil”. Aún así, ¿por qué no podemos dejar de competir?, ¿por qué nos exigimos cada día más? Comentaba algo de esto con una amiga el otro día. En la actualidad la gente enferma por estrés: depresiones, ataques de ansiedad, contracturas en la espalda, problemas musculares, irritaciones… y la lista continúa. Nuestros abuelos trabajaban día y noche sin cesar para salir adelante y si les hablas del estrés, te miran como si estuvieras en un mundo paralelo. Aún sin comprender muy bien por qué nos hacemos esto, yo por mi parte, y habiendo reflexionado bien el tema, pienso bajar el ritmo lo que me deje mi condición y tomarme esta “competición inútil” bajo aquel famoso lema de “lo importante es participar”.     

Cambio radical... pero de mentalidad

Cambio radical... pero de mentalidad

Aprovechando que hoy es el primer día de emisión del programa "Cambio radical" en Antena 3, me veo en la obligación de dejar un comentario sobre este tema. Entre todas las cosas alarmantes que he leído sobre la cirugía estética, me ha llamado mucho la atención que en la actualidad, el regalo más solicitado por las chicas que se gradúan en Estados Unidos es una operación de labios. "Iguales que los de Angelina Jolie", le dicen las jovenzuelas al cirujano. Que conste que no estoy en contra de la cirugía estética, siempre que el "problema a operar" derive en una enfermedad mental o lo que vulgarmente ha adquirido el nombre de "complejo". El caso es que en la actualidad esta mentalidad mía ha quedado desfasada. La gente ya no se opera por necesidad, lo hace por el gusto de perfeccionarse el cuerpo. Yo mantengo la teoría de los tres estadios de la persona: el físico, el mental y el emocional. De ahí se extraen a su vez varías teorías. Una de ellas es la de la "media naranja", o lo que es lo mismo, tu pareja perfecta será aquella que te llene en los tres niveles: que te guste físicamente, te guste como piense y te guste como persona. Aunque es muy difícil encontrar los tres, nuestra pareja puede quedarse en dos de estos estadios y, en algunos casos, tristemente en uno sólo. A lo que iba, normalmente, las personas con afán de superación se perfeccionan en alguno de estos tres aspectos. Hay quien lucha por tener cada día más conocimientos o ser mejor profesional, quien lo hace por ser mejor persona y enmendar sus defectos y por último, los que dedican sus esfuerzos a la perfección física. No hace falta decir que en los tiempos que corren la más importante es la última. Como es complicado perfeccionarse en más de un nivel a la vez, o nos simultaneamos bien en el tiempo o a largo plazo estaremos rodeados de figuras perfectas carentes de ideas y sentimientos (esta profecía tan apocalíptica es mía, la teoría de los estadios no la incluye). Las siliconas hace unos años eran sólo competencia de las estrellas de Hollywood y en la actualidad quien más y quien menos ya ahorra o pide un préstamo para ponerse o quitarse algo. Pues de esta frivolidad hollywoodiense surge la anécdota más esperanzadora que sobre este tema se puede contar. Antonio Banderas (nuestro Antonio), pidió a su mujer Melanie, que dejara de operarse porque "no hay cosa más bonita en una pareja de enamorados que envejecer juntos". Hasta aquí el alegato. En mi caso, puede que la cirugía estética pueda ayudarme, pero ningún médico ha acertado a decirme dónde se inyecta el colágeno para rellenar el vacío existencial.   

El concepto de 'belleza'

El concepto de 'belleza'

Esta mañana me he acercado a correos para mandar un paquete a Ciudad Real. Los que me conocéis, ya sabéis que estuve viviendo un tiempo allí. Cuando vas y vienes las distancias se hacen realmente cortas, pero para las prisas siempre queda el envío urgente, certificado y demás pluses que hacen que te cueste media retina enviar cosas por el país. El caso es que tenía que comprar un sobre de esos acolchados. He aparcado con relativa buena suerte y entrado en la primera librería que había de camino a Correos. Mientras esperaba a que buscaran los dichosos sobres, me he detenido a mirar una estantería rebosante de portafolios. Entre todos, unos cuántos han llamado mi atención. Se trataba de unos archivadores con ilustraciones de Victoria Francés, más concretamente de su "Fávole II", recopilación repleta de imágenes la mar de románticas de vampiros. He de reconocer que Victoria Francés es mi ilustradora favorita y que es la primera librería donde encuentro algo suyo. El dependiente, que salía con el sobre, al verme mirar con extrema curiosidad los portafolios vampíricos, me pregunta: "¿te gustan?". Yo, sin apenas volver el rostro, le contesto exactamente lo contrario de lo que él quería escuchar: "sí, me encantan". El dependiente, que de editoriales sabrá tela, pero necesita un cierto adiestramiento para captar ironías, me suelta impunemente: "sí, desde luego hay que ser un poco raro para que te gusten esas imágenes". Era entonces cuando me sentía en la obligación moral de contarle al hombre lo extramadamente valoradas que eran las ilustraciones de Victoria en todo el mundo. Una chica que con apenas 24 añitos y desde los bosques de Galicia hace soñar con imágenes idílicas a medio mundo. También le debería haber explicado lo relativo del concepto de la belleza. Hace tiempo que me di cuenta de que hay términos que no significan lo mismo para todo el mundo, aunque tengan su definición en el diccionario. Para mí lo bello no tiene que ser ni lo que tú consideras bello ni siquiera lo que considera la gran mayoría de personas. Pero ahí está el término, abstracto como dirían los lingüistas. Supongo que existe una reunificación de conceptos que se basa en los gustos de la mayoría, pero quién es una mayoría para decirme a mí lo que es o no es bello. Encima, una mayoría que se mueve por modas y tendencias y cuyo concepto de belleza cambia con la temporada de Zara. No quiero reivindicar el concepto de belleza para las minorías sino el propio de cada uno, el personal y sobre todo, un respeto para los que vemos cosas hermosas donde no las ven los demás. Al final he mantenido este discurso en mi cabeza y me he limitado a sonreír y pagar mi sobre acolchado. Hace mucho tiempo que perdí la fe en el latido de la humanidad y me dejo este tipo de reivindicaciones para mí misma. Y te equivocas si piensas que he salido cabreada de la librería, ni mucho menos, he salido contentísima de ver que en al menos un sitio, los que tenemos otro concepto de belleza, podemos admirar y adquirir las imágenes que nos producen sentimientos.